
Hoy se nos habla de la pureza.
La vida humana se asemeja a la del río, que nace puro en el manantial y que según va llegando al valle y a la desembocadura se llena de impurezas.
Parece un proceso natural e irreversible y más aún cuando desde pequeños nos enseñamos a ser astutos, interesados, aprovechados, a no renunciar a nada en nuestro pretendido provecho.
Pero a diferencia del río que no puede alterar su curso, los humanos sí podemos cambiar de rumbo.
Es puro todo lo que está inspirado por nuestra naturaleza superior, se nos dice, y también “son las intenciones y los objetivos los que hacen que los actos sean puros e impuros”.
Ante nosotros tenemos dos posibles caminos, el de la pureza y el de la impureza.
El primero llena el corazón de alegría y es el origen de la luz espiritual. El segundo nos llena de deseos imposibles de acallar, en una rueda sin fin.
La alegría nos llama.
«Mientras los humanos hagan prevalecer su interés personal por encima del de la colectividad, no habrá solución para sus problemas. Y cuando digo «el interés de la colectividad», no se trata solamente de la colectividad de los seres humanos, sino del universo entero del que quieren servirse siempre para su exclusiva satisfacción. Mirad cómo explotan a los animales, a los árboles, a las montañas, a los ríos, al mar… Y si algún día consiguen disponer de medios técnicos suficientes,