
En estas notas hemos hablado con frecuencia de la ley según la cual “dando, recibimos”.
En muy pocas palabras se nos habla hoy de esa magia.
Cuando proyectamos nuestro amor a todas las criaturas, se nos dice, llega enseguida un elemento más sutil del mundo divino para colmarnos.
Nuestros patrones de pensamiento y de conducta están todavía identificados con nuestro pequeño mundo: la familia nuclear, los amigos, la pequeña nación, nuestra “tribu”.
Es ahí donde normalmente empieza y acaba nuestra proyección.
Solo cuando salimos fuera de esos mundos limitados empieza a vislumbrarse otra realidad, mucho más vasta, integradora.
Para manifestarse en hechos, la palabra amor, tan repetida y manoseada, necesita una preparación, un ánimo, un silencio interior: hay que abonar los campos interiores, tantas veces descuidados.
Solo entonces podremos pasar del pseudo amor al amor, y solo entonces comprenderemos la regla oculta de que aquel que da con amor, todo lo recibe del mundo sutil.
«Aprended a dar, porque cuando dais, recibís. Ésta es una ley de la física: en el universo el vacío no está aceptado. Es por otra parte una fórmula bien conocida: «la naturaleza odia el vacío