
Nos habla Aïvanhov una y otra vez del sol.
En su enseñanza en cada amanecer hay un encuentro con el sol, en comunión.
Al principio ese encuentro no nos habla, pero gradualmente vamos comprendiendo.
El sol que nos da luz, calor, color, vida.
El sol vivificador, como ejemplo a imitar.
El sol, como modelo del Uno.
Los seres humanos nos extraviamos en las regiones oscuras, que nos desvitalizan y nos marchitan.
Pero el sol nos recuerda cada vez que podemos subir, para reencontrarnos.
«Todos lo habéis constatado: las primeras veces que vais a la salida del sol no llegáis a sentirlo como un ser vivo, vibrante. Os resulta lejano, extraño. Lo miráis pero no sentís nada, no forma parte de vosotros o, más bien, vosotros todavía no sois una parte de él. Pero si sois perseverantes, si seguís contemplándolo cada mañana, a pesar de esta sensación de distancia, llegará un momento en que lo sentiréis tan vivo y tan cercano que ya no podréis separaros de él. Son unos momentos muy importantes, momentos preciosos que pueden repetirse cada año.
También puede suceder que el año pasado lograrais contactar con el sol: se abrió a vosotros y os dio mucho. Pero este año el contacto no se produce.