
Se nos invita (y qué bonita invitación es) a buscar lo infinito, lo ilimitado.
Cada amanecer (y este desde el avión, la nariz pegada al cristal, es precioso) nos ofrece múltiples posibilidades, distintos caminos.
Unos llevan a callejones tristes, sucios, muchas veces sin salida.
Otros nos llevan a ciertas regiones de luz y de belleza donde sentimos que algo dentro se dilata, como queriendo abarcar la inmensidad.
Desde el despertar en el alba cada pensamiento nos llevará a uno de esos dos caminos, y cada palabra y cada acto nos adentrarán más y más en ese camino.
En las regiones de luz hay una armonía (una comunión) vedada a los caminos oscuros.
Abarcar la inmensidad y la eternidad desde este vehículo terreno que ocupamos…
Esa es la invitación que se nos susurra en el amanecer que con gratitud alcanzamos a ver por encima de las nubes.
«Lo magnífico de la ciencia de los sabios y de los Iniciados, es que ofrece unas perspectivas infinitas. Nunca llegaremos a la meta. Sí, lo exaltante es esto: saber que siempre habrá algo por descubrir, algo por realizar. Algunos, por el contrario, dicen: «