
Hoy se nos invita a irradiar, individualmente y en grupo.
Cada uno de nosotros podemos ser un punto de luz o de oscuridad.
Desde algún plano del universo, la tierra podrá verse oscura o con muchos puntos de luz, como en las fotos nocturnas.
Cuando emitimos luz, se nos dice, somos “ciudadanos del mundo de arriba”.
La calidad y claridad del pensamiento alinea todas nuestras células hasta crear esa lámpara figurada y real.
La meditación grupal manda al espacio esas señales luminosas que nunca se pierden.
Pide el antiguo mantra: “que el amor del Ser Divino se derrame por todas partes”.
Nosotros también podemos con nuestro pensamiento derramar amor y bendiciones.
Hay un trabajo precioso a realizar, pero antes debemos encender nuestra lámpara interior.
«Para su salvación, la humanidad necesita que se creen por todas partes centros fraternales, focos de luz, porque la luz regocija y atrae a los habitantes de las regiones superiores. Con sus cantos, sus meditaciones, sus oraciones, los hombres y las mujeres del mundo entero deben aprender a enviar a través del espacio señales luminosas que las entidades celestiales captan desde muy lejos. Cuando en medio de la oscuridad espiritual que rodea a la tierra, descubren estos rayos de luz, se sienten atraídas por su claridad y vienen a contemplarlas derramando sus bendiciones. De este modo, progresivamente, los humanos aprenden a convertirse en ciudadanos del mundo de arriba. Y como se han convertido en ciudadanos del mundo de arriba, pueden ser benefactores del mundo de abajo.»
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: niños en el colegio, Quang Tri, Vietnam, 1 octubre 2014 (Jesús Vázquez)