Por Jessica J. Lockhart.- Todos los seres humanos buscamos la felicidad, aunque el concepto sea diferente para cada uno de nosotros. Cuando nacemos, todos de manera intuitiva lloramos al sentir dolor y sonreímos al recibir amor o cuidados. Sin embargo, algunas personas después eligen el dolor ante el placer. ¿Por qué?
El instinto natural de los niños les lleva a amar y cuidar.
Al nacer, la respuesta natural e intuitiva de un bebé ante los gestos de amor y afecto es positiva, a la par que llorará o demostrará tristeza en caso de dolor o abandono. Es la respuesta natural de todos los niños, independientemente de su origen, grupo étnico o clase social. La mayoría, además, tratará a quienes le rodean como ellos sean tratados. Si lo que reciben es amor, amor darán. A no ser que ocurra algo terrible, los niños crecerán respondiendo de la misma manera, amando primero a los demás. Desafortunadamente, las cosas no son siempre así. Algunos niños están expuestos a ciertas experiencias durante sus primeros años que les enseñan a tratar a otros seres humanos de otras maneras.
Cuando los niños escuchan amenazas y presencian actos de dominio físico como parte habitual de sus rutinas, esos comportamientos se pueden convertir en lo normal, en el ejemplo a imitar y copiar. Si sus modelos tienen por costumbre insultar, criticar o ridiculizar a otros, eso es lo que aprenderán y a lo que aspirarán. Poco a poco cambiarán sus reacciones innatas convenciéndose lentamente que su realidad es lo que debe ser, aún cuando sus sentimientos más profundos parezcan contradecir lo que están viendo hacer a otros. De manera gradual, esos primeros impulsos que les llevaban a sonreír y amar al recibir sonrisas y amor, se debilitan y cambian porque sus experiencias les demuestran que esas reacciones no son las correctas. Observando a quienes les rodean, cuyo comportamiento constituye su ejemplo a seguir, comienzan a controlar sus respuestas intuitivas y a adoptar otras nuevas más similares a las que están observando en su entorno más inmediato.
La mayoria de los abusadores y acosadores aprenden su comportamiento de sus mayores.
A no ser que haya un comportamiento alternativo que les haga cuestionarse lo que ven, muchos de esos niños toman el ejemplo que tienen ante sí como norma. Consideran que abusar de los demás es la manera lógica de comportarse como adultos. Comprenden que las relaciones requieren un discurso violento y agresivo. Esperan sumisión por parte de los demás si han de convertirse en quienes deben ser. A al vez es cierto que algunos adoptan la visión opuesta; la visión de la víctima o víctimas, el único otro papel de que son testigos en sus primeros años. En ese caso, también pueden convertirse en adultos que imiten ese segundo comportamiento.
Para cuando esos niños se ven expuestos a otros modelos, sus primeras creencias están ya establecidas y reforzadas. No es hasta que son mucho mayors que presencian o tienen acceso a otras alternativas. Con frecuencia entonces las rechazan porque sus convicciones son ya bastante firmes. Reproducen el comportamiento aprendido y se alzan sobre los demás para obtener admiración o preponderancia, sin plantearse siquiera que pueda existir otra manera. No nos olvidemos que pare ellos, eso es la norma.
La mayoría de los acosadores, abusadores, tiranos y racistas se crean de esta manera. Solo siguen el patrón al que estuvieron expuestos en sus primeros años. Sin poder cuestionar sus convicciones durante bastantes años, en realidad nunca tuvieron otra opción.
La sociedad necesita ofrecer a los niños modelos alternativos que cambien los patrones de abuso aprendidos.
Si la sociedad ha de cambiar, si la violencia y la agresión han de convertirse en la excepción en lugar de la norma, todos los niños deberían estar expuestos a patrones alternativos durante sus primeros años. Si hemos de erradicar los modelos negativos, debemos contar con otros positivos que ofrezcan a los niños la oportunidad de cuestionar los primeros. Solo si realizamos un esfuerzo global que incluya a toda la sociedad seremos capaces de erradicar esas profundas raíces subconscientes que viajan de generación a generación y perpetúan la violencia contra otros seres humanos más débiles.
Allá donde un padre o madre despliega un comportamiento dominante, el pequeño debería estar expuesto a padres y madres que se aman y respetan en otras familias. Allá donde es testigo de un discurso duro, crítico o insultante, el niño debería también ver cómo otros tratan a sus iguales con amor y respeto, a fin de contrarrestar el modelo que tiene delante. Allá donde un adulto abusa de otros más débiles, el niño debería ser testigo de cómo otros adultos protegen a la víctima y cuestionan al abusador. Solo entonces cambiará nuestra sociedad; cuando esos pequeños cuyas creencias se están estableciendo ahora tengan la oportunidad de adoptar y preservar esos instintos naturales que les llevan a amar, apoyar y cuidar a los demás, que ya tenían al nacer.
Es hora de detener la propagación de los patrones de abuso.
Solo con políticas, normas y leyes no conseguiremos erradicar el abuso y la violencia. Tampoco desaparecerán de la sociedad únicamente con tratamientos y terapias. La única vía real es la educativa, ofreciendo a los más jóvenes modelos alternativos que eviten que lleguen a replicar comportamientos destructivos y agresivos. El esfuerzo que necesitamos es global y de toda la sociedad. Ningún adulto debería mirar hacia otro lado en presencia de un niño cuando alguien despliegue comportamientos inadecuados. Ningún adulto debería reírse cuando se ridiculiza a otro ser humano. Todos los adultos deberían adoptar como objetivo personal compartir relaciones positivas y de respeto, a fin de que los pequeños de nuestros entornos las vean y tengan la oportunidad de imitarlas.
Ninguna violencia debería pelearse con otra violencia mayor. No resulta necesario. Si nos planteamos que todos los seres humanos nacemos para disfrutar de ser amados y cuidados, ¿por qué no creamos un movimiento mundial que evite que los niños abandonen su respuesta instintiva ofreciéndoles alternativas? Eso es lo único que realmente haría falta. Cuando las sociedades desplieguen ese mensaje tan poderoso de apoyo y cuidado, la mayoría de los niños estarán expuestos a él. Es hora de dejar de mirar hacia otro lado. Es hora de guiar a nuestros niños en una dirección más positiva.
Disfruta de la vida… de TODA ella
Jessica J. Lockhart