Por María Adela Fernández Zamora.- Si tuvieras que quedarte con solo una emoción, ¿cuál me dirías ahora mismo que es la que sientes más negativa en tu vida?
Y si te preguntara ¿por qué ? ¿Qué responderías? Estoy segura, que sea cual sea la emoción que hayas elegido, has conectado con alguna sensación de malestar, revoltura, bloqueo e incluso sudoración o ansiedad. Sin embargo, estas razones son ajenas a la emoción en sí misma. Piensa, que si una emoción fuese negativa por su propia naturaleza, absolutamente todas las personas a las que se les hiciera esa pregunta, deberían de pensar en la misma emoción como única respuesta. Y esto no sucede.
Las emociones no son más que interruptores que se activan en nuestro organismo para que tomemos consciencia de lo que está pasando y a partir de ahí, tomar la acción que más tranquilidad nos aporte. Por ejemplo, el miedo se activa cuando nuestro sistema siente que está en peligro, tanto físico como emocional. La culpa se activa por una creencia de haber incumplido las normas sociales, familiares de otros o incluso de nosotros mismos. Sin embargo, en ambos casos existe una función positiva de evolución personal. Las emociones aparecen para ayudarnos a tomar consciencia de cómo nos sentimos o enfocamos una determinada situación en nuestra vida. Esto puede llevarnos a desarrollar estrés, ansiedad o disgusto por falta de comprensión y gestión de la misma; o podemos aprovecharlo para conocernos un poco mejor y redefinir nuestros pensamientos y actuaciones hacia lo que realmente queremos.
Las emociones no son más que una reacción química que dura un determinado tiempo en nuestro organismo, sin embargo, es la mente la que comienza a interpretar, imaginar y magnificar cualquier síntoma que nuestro cuerpo experimenta. Si fuésemos capaces de hacer un zoom en ese instante en el que la emoción se ha activado, permanecer atento como un observador de nuestra propia película; estoy segura que nuestro nivel de ansiedad se reduciría notablemente porque seríamos capaces de ver lo que nos está sucediendo desde un enfoque más amplio y objetivo, alejado de esa revoltura emocional en la que solemos quedarnos atrapados.
Así pues, querido lector, te invito que la próxima vez que vuelvas a sentir esa emoción negativa que diste al comienzo de este artículo; tomes distancia, te preguntes por qué se activó, cuándo comenzó, con quién estabas, qué hacías y sobre todo, qué esperabas que fuera diferente. Estoy segura, que dando respuesta de forma honesta y concreta a estas preguntas, tu forma de relacionarte con tus emociones cambiará significativamente; porque en definitiva, no dejan de ser una parte de ti mismo