Por Martina Damini.- Todas las experiencias que vamos viviendo a lo largo de la vida se quedan grabadas en nuestro inconsciente. De hecho, aun cuando pensamos haber olvidado algo, puede pasar que de repente nos recordamos de él, que sea por un olor, una frase, algo que vimos, pero de repente el recuerdo de una persona, circunstancia o lugar que pensábamos haber borrado, o no sabíamos haber guardado, en nuestra memoria aflora a la mente. Pero el cerebro tiene una capacidad asombrosa de ir almacenando una ingente cantidad de datos, para dejar más espacio a la información que necesita para poder cumplir con las funciones más cotidianas y frecuentes. Por esto, toda la demás información no relevante la guarda en el inconsciente, hasta que no vuelva a hacer falta.
Lo mismo que nos pasa con los recuerdos diarios y más cercanos, nos pasa también con los más lejanos: en nuestro inconsciente está guardada toda la memoria de las sensaciones, emociones, circunstancias, actividades, pensamientos, etc. que hemos vivido en nuestra infancia, tanto para bien, cuanto para mal.
Los primeros años de vida, e incluso la etapa del embarazo, que hasta hace unos pocos años estaban casi olvidados y considerados de escasa importancia, han recobrado en los últimos tiempos valor y atención. Todo lo que vivimos en este periodo de tiempo puede dejar una huella muy profunda en nuestro ser, influenciando desde el inconsciente nuestra vida futura.
La etapa de la infancia es tan importante porqué todo lo que nos llega queda grabado dentro nuestro sin que seamos consciente de ello, ya que no tenemos la capacidad de elaborar lo que nos está pasando, ni tenemos la posibilidad de filtrarlo racionalmente.
Cuando somos pequeños somos uno con el todo, totalmente dependientes de lo que nos rodeas para sobrevivir y para todas nuestras necesidades. Esto nos hace muy vulnerables y más sujetos a potenciales traumas, y aunque gracias a la fuerza de la vida en la mayoría de los casos logramos llegar a ser adultos emocionalmente sanos, es posible que se queden dentro nuestros rastros de malas experiencias vividas en la infancia. Las consecuencias de estas malas experiencias pueden manifestarse de distintas formas y maneras, pero teniendo como base común su origen en los años infantiles.
Si he estado en contacto con frecuencia con cierto tipo de comportamiento dañino para mi bienestar psicológico y emocional durante mi infancia, puede que en la adultez repita el mismo comportamiento por imitación, porqué es el que tengo asumido como “normalidad”. Por ejemplo, si en casa he vivido en un ambiente agresivo física y verbalmente, puede que mantenga esta agresividad también en mis relaciones, incluso sin darme cuenta de ello. O puede, al contrario, que decida actuar, conscientemente o inconscientemente, exactamente al opuesto, por rechazo a lo que he vivido o por necesidad de colmar algún vacío. Por ejemplo, si en mi familia no se expresaba abiertamente el cariño o la aprobación por el trabajo bien hecho, puede que llegue a sobreactuar en este sentido, llegando a relaciones de dependencia emocional, o a ser una persona sobreprotectora y excesivamente demandante y presente en la vida de mis seres queridos. Hay también la posibilidad que a raíz de estos comportamientos o hechos vividos, hayamos ido desarrollando una reacción para que esto no nos siguiera pasando y que sigamos con ella hasta la edad adulta. Por ejemplo, si mis padres llegaban a casa del trabajo muy estresados y se enfadados o tristes, en mi incapacidad de reconocer que estos estados de ánimos no dependían de mí, sino de circunstancias externas, puede que haya ido desarrollando un comportamiento híper responsable y de “niño bueno”, para no molestar o por miedo a no ser querido, y que vaya manteniendo este comportamiento condescendiente con los demás y/o muy exigente conmigo mismo hasta la edad adulta.
Estos son solo algunos ejemplos de cómo las experiencias vividas en la infancia puedan seguir afectándonos durante toda la vida, pero hay muchísimas más posibilidades y matices en las que lo que hemos vivido siga afectando nuestro presente. Tomar consciencia de estos acontecimientos y de estas necesidades no satisfechas es el primer paso para reconciliarnos con nuestro niño interior y cuidar de él.
Cuando vamos a conocer nuestro niño interior, es importante acercarnos a él con mucha dulzura y paciencia, como si de un niño real se tratara. La imaginación no va muy lejos de la realidad, porqué por lo que concierne lo que pueda seguir afectándonos en la edad adulta de lo que hemos vivido durante la infancia, nuestro ser se ha quedado allí, nuestras emociones se han quedado atrapadas en la edad del niño que éramos cuando las sufrimos. Para poder superar esto, podemos imaginar establecer un dialogo con este niño o niña, preguntarle cómo se siente, que es lo que le hace falta, que es lo que quiere, y darle, y darnos, todo lo que pueda pedir o necesitar.
Con respeto a las personas que puedan habernos hecho sufrir en nuestra infancia, es importante perdonarles y soltar el peso que hemos ido cargando, consciente o inconscientemente, a lo largo de nuestra vida. Todo hacemos lo que podemos con lo que tenemos, y los padres, y más en general todos los cuidadores, no hacen excepción. Ellos mismos han sido a su vez niños, y llevan dentro de sí la huella y el rastro de las heridas sufridas durante su infancia. Si somos capaces de ver esto, nos daremos cuenta que posiblemente lo que podamos haber vivido es la consecuencia de comportamientos o condiciones que se han venido repitiendo desde más atrás, y que está en nuestras manos la posibilidad de cortarlas y cambiarlas con modalidades de relación más saludables.
Dar voz a nuestro niño o niña interno nos permite hacer la paz con nuestro pasado, aceptar y perdonar lo que puede haber sucedido y poder seguir con paso más ligero. Significa también hacernos responsables de nuestras vidas y elecciones de ahora en adelante, haciendo y cambiando lo que haga falta para poder vivir una vida más plena y feliz.
Las heridas solo se sanan desde el interior, y un profundo contacto con nuestro niño interno nos ayudará en este proceso tan vital e importante que nos devolverá la alegría de vivir.