Por Gabriel Gil.- Todas las civilizaciones antiguas rendían culto al sol de una forma u otra. No era casual, ni una actitud basada en religiones paganas. Vivian conectados a la naturaleza y por ello conocían su poder e influencia sobre nosotros. Algo basado en el conocimiento, la observación y sobre todo el uso de la sensibilidad que todavía conservaban. Ese hilo que el ego no había destruido todavía, era el canal conductor de la energía de la naturaleza, de la madre tierra hacia ellos, como lo es y sigue siendo para todo ser vivo de éste planeta.
Con la llegada de la «civilización», se fue perdiendo ese conocimiento y el culto al sol, quedó en la memoria como un ritual enmarcado en lo cultural y religioso de civilizaciones pobres e incultas. Cuando ellas eran justo todo lo contrario.
Recuperar la memoria del sol, es admitir su poder benéfico sobre nosotros. Hay que sentirlo desde dentro, y para ello, cerrar los ojos frente a él, es la mejor forma.
El sol nos da vitalidad, nos alimenta y regenera nuestras células, así como nuestra mente. Hablarle al sol cada mañana al amanecer, hacer una pausa antes de ponernos en marcha, nos permite conectar con su energía.
Llevo años amaneciendo de esa forma. Respirando el aire puro del alba cuando el sol empieza a aparecer por el horizonte, al tiempo que respiro, me enfoco en sentir la luz rodeándome, le pido energía y regeneración para mí y para el mundo. Pongo en su luz lo que me preocupa y doy gracias por las bendiciones que voy a recibir en el día que comienza.
Te sorprendería lo que el sol puede ayudarte. Solo has de comprender que formas parte de él igual que él forma parte de ti.