Por Alfredo Alcázar.- Recién termina la Semana Santa en la que acabamos de contemplar muchos espectáculos que pretenden recordar la muerte y resurrección de Jesús. Numerosas imágenes y figuras se han sacado a la calle para glorificar a un único dios verdadero.
Con nuestras costumbres, una vez más, demostramos que hay que dar el «espectáculo» para que nuestro dios esté más contento. Espiritualmente no hemos crecido absolutamente nada desde los primitivos sacrificios a Yahveh, porque parece que sigue siendo necesario procesionar a unas figuras que quieren representar a los dioses que adoramos.
Con mis palabras no pretendo ofender las creencias de nadie que vive sinceramente su religión, sólo quiero reflexionar y opinar públicamente de lo que me sigue pareciendo aberrante para nosotros como seres humanos, empecinados en seguir adorando en masa a unos dioses que nos imponen desde una iglesia romana que no practica precisamente lo que predicó Jesús de Nazaret. Y, nosotros, que muchas veces criticamos la fastuosidad de Papas, obispos y demás jerarcas que quieren gobernar nuestra fe y guiarnos en las cuestiones morales, caemos en el mismo error una y otra vez, al seguir adorando vacuas imágenes, exhibiéndolas en procesiones en las que hay ausencia de humildad y pobreza. Hasta en los diez mandamientos dios le dice a Moisés: «No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás…”
Y todo este «pan y circo» en forma de procesiones que mueve, entre otras cosas, miles de millones en dinero, turismo y fiesta, sigue ocurriendo en los excepcionales tiempos que nos tocan vivir, en los que muchísimas personas trabajan y se comprometen por una toma de conciencia y un despertar individual y colectivo, mientras que otras tantas siguen aferrándose a una necesaria venida de algún mesías que pueda asumir de nuevo nuestra responsabilidad y labor como seres humanos, que es por lo que hemos reencarnado en este planeta y en este tiempo.
Es urgente, debemos resucitar al dios humano que siempre ha estado en nosotros, debemos dar fe de vida al que ya ha sido creado a imagen y semejanza de quien ahora adoramos. Debemos afanarnos en buscar dentro de nosotros y no fuera, facilitando el renacimiento de un nuevo ser humano que no tenga que llorar más y pedir perdón por supuestos pecados, sino que utilice a diario y con alegría el don que a todos se nos ha dado: la luz interior que da fe de que todos los seres sintientes estamos íntimamente relacionados y la certeza de que, esté donde esté el cielo que añoramos, el amor es lo único que puede ayudarnos a alcanzarlo y hacernos recordar para que estamos aquí y cuál es nuestro destino.