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Home » Artículos » Saliendo de la trampa del perfeccionismo

Saliendo de la trampa del perfeccionismo

Por Aroma a mora.-No lo vi venir, ¿cómo podría hacerlo si tenía los ojos fijos en la meta? Lo más absurdo es que ahora esa meta me parece tan ajena, tan futil, sin embargo, durante décadas lo sacrifiqué todo por ella: salud física, psíquica y emocional, sentido de conexión con personas y guías espirituales, alegría de vivir… todo.

Desde que era una niña comencé a trazar el camino que me llevaría a ese destino tan anhelado, que mis padres habían definido incluso antes de que yo naciera, antes de que ellos nacieran, remontándonos por generaciones y generaciones de autómatas. Suponíamos, yo la primera, que para ganarme la vida debía ser una niña buena, una estudiante aplicada, una hermana ejemplar.

Al crecer, la niña comenzó a sentirse muy orgullosa de sí misma, porque estaba a punto de convertirse en eso que tenía que ser, las personas la elogiaban por su éxito y buena disposición… empero, la felicidad no era completa, dentro del torax se acumulaba una sensación incómoda, la sospecha de que nunca llegaría a la meta.

Y así, se pasaba la mitad del tiempo esforzándose por no perder el camino diseñado con tanto celo, y la otra mitad asegurándose de que nadie percibiera su incomodidad. Cada segundo, cada milímetro de su vida, estaba fríamente calculado, el más mínimo descuido podría traer consecuencias desastrosas; temía y estaba siempre tensa, siempre agotada, siempre carente.

Y entonces llegó eso que tanto evitaba, un bache que no aparecía en mis mapas, ni siquiera en el más sofisticado GPS, no lo vi venir, no tenía ojos para verlo. Al principio lo llamé tragedia, injusticia, intenté desesperadamente volver al curso normal de las cosas, pero donde antes había control ahora reinaba el caos… luché, hasta que se me acabaron las fuerzas y caí de rodillas, no había nada que pudiera hacer… sólo restaba dejarme estar, me rendí.

Tantas veces había oído que los caminos de Dios son misteriosos, después de lo que siguió a mi rendición puedo entender el significado profundo de esas palabras. Perdí, lo perdí todo: la reputación, el estatus, la identidad que con tanto esfuerzo había construído, las mismas personas que antes me elogiaban ahora se alejaban sin ninguna explicación… mas, la tristeza no era completa, el corazón comenzaba a experimentar una ligereza de la que ya no tenía memoria, la certeza de que no había meta.

Al perderlo todo me gané a mí misma, fui consciente de que las expectativas -ajenas y autoimpuestas- se alzaban como barreras, me mantenían presa, alejada de quienes me aceptan por lo que soy, alejada de la Vida, que es mágica, impredecible, inconmensurable. Ahora, que tengo ojos para ver, agradezco a ese bache y lo llamo por su verdadero nombre: Amor infinito e incondicional.

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