Por Javier G. Delgado.- En cada vida hay cierta predisposición para que algunas cosas cambien porque son rechazadas y, esa inapetencia o, cosas que suceden en cualquier lugar, incidencias con las que nos negamos a convivir, se repiten y se repiten, vuelven una y otra vez y nos saturan. Sucede a menudo que se quiere evitar esa parte de lo que sucede y, se complica, y, las partes indeseables o bien se afianzan o bien adquieren tonos inesperados más desagradables. Entonces haces un plan, te dices que para la próxima vez vas a cambiar esto o aquello, y lo cambias. La próxima vez es otro escenario de la vida, con otras personas, con otras historias que dices conocer y en muchas ocasiones las conoces, al menos en su superficie. Tu plan es infalible en esos aspectos que crees dominar porque te dices que no te la van a dar de nuevo. Tu predisposición esta afilada, apunto para desactivar esos errores que te decepcionaron.
Bien, ahora la cosa cambia, resulta que la madre de lo inoportuno ahora es el disfraz que lleva puesto el padre cariñoso de un buen amigo y, sin venir a cuento apareció el primo-hermano de la desdicha que opositó a sanguinario de tu predisposición. Para mayor espectáculo, aprovechó la situación la mujer del primo de tu hermana que es adicta al drama, intervino sin que lo esperases y, claro, sacó nuevas cartas con las que no contabas. Por esta regla de muchos, complicada por el desatino de otros candidatos a estorbarte, toda una nueva familia de raros aconteceres que no conocías de nada, se han erguido ante tus planes y los han bloqueado, o, más bien ahora tienes que disponerte de otra manera para que nunca más se de otro caso así. Y tienes razón, posiblemente nunca más se dará el mismo caso. Tu decepción, que hizo tocar el tambor del ahogo con alguna cosa que aún quedaba por ahí dentro suelta, se juró un descanso de varios días que no te gustará volver a recordar ante nadie.
No importa, no importa en absoluto, hace ya dos meses que aquello quedo atrás y te olvidaste tantas veces de dejar de acudir a las desventuras, que por el momento lo convertiste en una asignatura que siempre apruebas. Además, ya te has dicho otra vez que a ti aquello no te volverá a ocurrir. ¿Cómo va a ocurrir lo que tú dices que sabes que no puede ocurrirte? Mas sabes que tu felicidad se encuentra tan lejos como para no encontrarla por mucho tiempo. Bien, ya estás listo/a para otra de estas heroicidades que traen cola.
Pero sucedió algo, algo con lo que no contabas de nuevo. Entonces aparece otra catástrofe que esta vez te ingresa en algún rincón de tu no volveré. Por el momento. Todo esto siempre suele ser por el momento.
Queremos apostar por algo que la experiencia nos muestra muchas veces: siempre está la persona acorralada cuando niega parte de cuanto sucede. La explicación la vemos muy sencilla. Cada vez que negamos algo que sucede, nos convertimos en el juicio que sentencia, en el <esto no puede ser así>, cuando en realidad sí fue así. Convertimos la sucesión de hechos negados en la parte contra-atacante de uno mismo, cuando tanto los hechos como uno mismo, ambos están en la misma vida, y deseamos separarlos. Queremos decir que cuando negamos la vida, nos negamos a nosotros mismos. Por tanto, podemos ver de forma clara que cuando nos oponemos a la existencia, dejamos de pertenecer a ella por decisión propia, y, nos instalamos en otra cosa. Y la vida lo es todo ya que todo cuanto sucede, sucede en la misma vida.
¿Y si no te gusta tú vida…, por qué no la cambias?
¿Porque no la puedes cambiar?
¿Entonces cómo es que pretendes cambiar lo que no te gusta? Si a fin de cuentas vas a perderte aquellos aspectos que puedes aprender de aquello que dices que no te gusta.
Toda resistencia es inservible, todo combate por querer cambiar lo que se asigna desde la inteligencia determinante, es inútil.
Javier G. Delgado