Por Ramio Calle.- He visto hace un par de días la película titulada «Señor Manglehorn», en la que Al Pacino interpreta magistralmente el papel de un hombre profundamente desencantado y que canaliza todo su amor hacia su nieta y su gata. Sin ningún tipo de ambages, declara: «En este mundo hay un gran número de granujas y cabrones que echan a los animales por tierra». Por fortuna, también hay un gran número de personas que los aman y velan por ellos, como mi sobrina Lílian, que se entrega en cuerpo y alma a los mismos, sin regaterar ningún esfuerzo y trasladándose a donde haga falta para atender a cualquier perro o gato perdido o herido. La otra tarde vino a merendar a casa el gran actor y buen amigo Gabino Diego y me preguntó qué sentía por mi gato Emile.
Le dije: «Le amo. No me juzga, no evalúa, no compara, es conmovedoramente inocente, nunca acarrea rencor. Me abre el corazón.». A menudo nos miramos Emile y yo con fijeza e intensidad. Me percato de sus estados de ánimo: cuándo está alegre o triste, vital o apático, eufórico o melancólico. Me miro en sus ojos y veo su mundo interior constelado en los mismos. Hay que mirar a los ojos de nuestros hermanos los animales; forman parte de la gran familia de seres sintientes. Muchos cazadores que matan por diversión, dejarían de hacerlo si mirasen los ojos de sus presas. Algunos toreros dejarían de torturar al toro si contemplasen sus ojos.
Los toros lloran, sin duda, como los elefantes en libertad ríen, sin duda. Si el que va a abandonar a su mascota, mirase sus ojos, tal vez no lo haría. Y si a los niños desde la más temprana infancia se les hicera comprender que toda forma de vida es sagrada, no se decicarían a quitarle las alas a los saltamontes, pisotear hormigas o jugar cruelmente con los cangrejos que llegan a la playa. Si nosotros tenemos alma, los injustamente masacrados animales también la tienen.
Son criaturas que sienten, que sienten igual que nosotros. ¡Me encuentro tan dichoso cuando cada mañana abrazo a Emile y tan desgraciado cuando escucho las atrocidades que se cometen con los animales!. ¡Qué poco dice de un país que parte de sus gentes se diviertan a costa de matar, maltratar o humillar animales! Ojalá llegue el día, como dijo Buda, en que todos los seres sintientes sean felices. Ojalá llegue el día en que nos demos cuenta de cuánto les debemos a esos maravillosos compañeros que son los animales, «Emile, déjame que te diga algo aunque no sepas leer. Te quiero. Gracias por haber venido.»