Por Mª Laura Martínez Ramírez.- El día es el día aunque tenga sombras y la noche es la noche aunque se enciendan luces, estas sombras y luces representan ese punto central del yin y el yang, pero cada polaridad es perfecta como es. Miro al cielo y lo veo moverse en sistemas fijos jerarquizados, por siglos cada planeta, cada estrella ocupando su lugar, comportándose como se espera mientras que en la tierra, más flexible, todo se mueve y fluye formando comunidades de seres vivos que se adaptan al cambiante ecosistema.
Parece que a lo largo de la historia, cualquier avance evolutivo humano haya tenido que pasar por una revolución, en la que la polaridad que se quiere poner en valor pasa al extremo, para a continuación, poco a poco, ir reconociendo la otra hasta asimilarla y apreciarla, pudiendo así poder ver en equidad las dos. Es como si el justo medio, no fuera como hemos supuesto el de los tibios que no se mojan en nada, sino el de las personas sabedoras de sus extremos y que optan por mantenerse en el centro aunque conscientes y decididas a utilizar esos extremos si fueran necesarios. Este es para mí el verdadero significado de “en el término medio está la virtud”.
Pertenezco a esa generación de mujeres que toman conciencia de ser injustamente tratadas, humilladas, ninguneadas desde todos los campos, religioso, jurídico, histórico, cultural. y deciden actuar. En ese momento donde la rabia coge el control y actúa con su energía, la de la agresividad, necesaria a veces para romper moldes con decisión, muchas mujeres nos fuimos al otro extremo, seguramente como había que hacer en ese momento, para poder posteriormente, ir moviéndonos hacia el centro, donde poder actuar con libertad.
Negamos drásticamente gran parte los roles femeninos tradicionales. Por ejemplo, hay pocas aún hoy que se atrevan a decir públicamente, que les gusta coser o planchar, incluso cocinar, muchas optaron por no tener hijos para reivindicar, ya que ahora podían elegir, la ansiada libertad, reñida desde este prisma con la maternidad, o se reduce el tiempo dedicado al adorno, al cultivo de la belleza, en todos los campos. En el otro extremo, y a la vez que dejábamos drásticamente los roles tradicionales femeninos, las mujeres adoptábamos los masculinos, empezando por ejemplo, por la forma agresiva de hablar con gran cantidad de tacos y palabras mal sonantes, nos jactábamos orgullosas de no tener en nuestro atuendo nada más que pantalones, en la incipiente inmersión laboral asumíamos los trabajos bajo el mandato de los patrones masculinos con los que habían sido diseñados, con sus sistemas competitivos y jerarquizados, la defensa de la fortaleza física en competiciones deportivas a las que nos apuntamos en masa, la asistencia a eventos donde el numero del marcador dejaba paso a las músicas y al teatro, o una lucha política de militancia, donde sin darnos cuenta reproducíamos los roles del patriarcado, estando a expensas y al servicio de los líderes, masculinos en su mayoría.
Nos movíamos por primera vez en terrenos desconocidos, y al asumir responsabilidades que nunca habíamos tenido, reproducíamos el modelo dominante, el creado en su inmensa mayoría por hombres y por tanto en forma de sistemas, (educativo, sanitario, judicial, político…) donde la competitividad que los define se mide por números que otorgan el ascenso a los mejores, siempre en aspectos del hemisferio izquierdo, el masculino, como la lengua o las matemáticas, por eso solo las más masculinas accedían a puestos superiores.
Nos ha costado mucho empezar a darnos cuenta de la trampa de que se estaba ninguneando nuestra predominancia en hemisferio derecho, el que es holístico, que funciona interrelacionando cosas, uniendo, donde está lo creativo, intuitivo, rítmico, etc. Lo femenino se mueve mejor en comunidades sin necesidad de esas jerarquías tan rígidas, donde desde un plano de igualdad cada uno haga aquello para lo que ha nacido, y en la que la misma comunidad le ayuda a reconocer, desarrollar y expresar.
En la mayoría de los caso seguía un patriarcado encubierto que impedía que se nos viera con el poder que teníamos al colocarse el jefe religioso, laboral o político en actitudes de condescendencia o seducción que limitaban nuestro verdadero hacer en el mundo. Pero al tiempo y después de siglos con este modelo, la mujer no creía en ella y sin que nos diéramos cuenta y hasta en la actualidad, se sigue dando un comportamiento en la mujer que denota un deseo interno de ser reconocida por el padre de turno, al tiempo, por esto al verse forzadas a desenvolverse en sistemas competitivos y jerarquizados se propicia la lucha entre ellas que les impide actuar en comunidad, modelo más afín y a empoderarse.
Con el paso de los años esa dureza fue pasado a verse reducida y los extremos fueron acercándose, empezamos a darnos cuenta, a veces en terapias, que habíamos renunciado a una parte importante de nosotras, la necesidad de mostrarnos como éramos con nuestras debilidades, según el modelo imperante, que nos sentíamos bien mostrando la ternura, la capacidad de acoger y cuidar, los gustos verdaderos, las necesidades reales de amar y ser amados que tanto nos había endurecido.
Durante dieciocho años acompañada de mi buena condición física, impartí clases de Educación física en colegios, fueron años duros, todo el modelo y los estudios estaban basados en actividades deportivas y competitivas. El amplio concepto de actividad física se reducida a jugar al baloncesto, balonmano, voleibol como lo más coeducativo y por supuesto el fútbol. Para alguien que había descubierto sus capacidades físicas jugando en la calle a multitud de juegos tradicionales o inventados a diario por el grupo de amigos, que amaba el baile y la música, con una gran capacidad de inventar, de crear, este marco tan estructurado, tan rígido incluso, donde el marcador tan importante, provocaba que los niños pelearan a diario, debido a su naturaleza competitiva y a los modelos de líderes deportivos, se me fue haciendo cada vez más asfixiante.
Sí, había accedido allí pasando las mismas pruebas que ellos, ya había demostrado que podía saltar el plinto o subir la cuerda igual, también seguramente fue necesario llegar a ese extremo y darme cuenta del sufrimiento que me producía tener que forzar a tantas niñas y a mí misma, a realizar esas actividades que solo las más masculinas conseguían realizar con éxito, que se les impulsara a vestir con el mismo traje masculino de futbol o baloncesto, tan poco favorecedor, su tradicional sensibilidad a la belleza, otra vez vista como carente de valor, aun hoy cuando se quiere dar valor a la mujer se recurre a escenas en las que se les ve practicándo deportes o trabajos, cuando más masculinos mejor. Que injusto empezó a parecerme y junto a otros, empezamos a volver hacia el centro buscando actividades de todo tipo donde verdaderamente se pudiera hablar de educación física en el más amplio sentido, donde el mayor aporte fue la introducción de lo cooperativo al menos en igualdad con lo competitivo.
Las mujeres de mi generación, las que tuvimos que llevar el feminismo al extremo, hemos hecho un gran sacrificio, ahora empoderadas las nuevas generaciones con ese conocimiento, ya sabemos que podemos hacer muchas cosas igual que los hombres, en un modelo masculino.
¡¡Pero no queremos¡¡ Porque nos negamos a ser peones de esta estructura en sistemas jerarquizados y competitivos, no queremos que nos engañéis con cuotas y cosas por el estilo. Es hora de dar paso al otro hemisferio, al derecho, el femenino con todos sus valores, porque solo desde una visión de comunidad en igualdad es posible todavía que La Tierra pueda salvarse.
Recuerdo la primera vez que me di cuenta cuando una compañera accedió obligada a la dirección y lo hizo maravillosamente, pasado este periodo forzoso renunció dejando claro lo que de verdad le gustaba y que ser director no es lo más, es solo una opción y que tal vez le gustara tener un cargo pero en otro modelo más de tipo comunidad que de sistema.
El camino de vuelta al centro ha de pasar por empoderar a la mujer para que decida lo que quiera en libertad, conscientes de que esta liberación no ha de pasar por reproducir los mismos roles masculinos, ahora es el momento de que ellas puedan aportar otras formas de jugar el juego de la vida. Quizá más cooperativa, más bella, más tierna, más de comunidad… Y esto pasa por dar importancia a estos términos, estas polaridades.