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Sobre la muerte – Una reflexión personal

Por Natalia Silvestrini.- Hace ya mucho tiempo -no sabría decir cuánto- que creo que lo único que existe es Vida. En verdad creo que el concepto que tenemos de muerte va a depender mucho del concepto que tenemos de Vida, de la misma manera que lo que pensamos acerca de lo «sobrenatural» va a depender de lo que pensamos acerca de lo «natural», y así podría citar otros ejemplos.

Pero en relación a lo que planteaba al comienzo, voy a tomarme el atrevimiento de decir que realmente sé que lo único que existe es Vida, sólo que en diferentes formas, planos, estados, dimensiones. Esta creencia comenzó a nivel mental, teórico, pero hace algo más de un año que se le sumó el factor experiencia, y hablo de experiencias propias que, aunque no viene al caso detallarlas, confirmaron lo que ya presentía.

No estoy acá para evangelizar ni convencer a nadie, pero por si a alguien le interesa o le hace falta otra mirada quiero compartir la mía, y es justamente ésta: la muerte es una TRANSFORMACIÓN, al igual que la concepción y el nacimiento. En los tres casos se trata de momentos puntuales, incluso con fecha y hora, en los que la Vida se transforma y adopta ropajes nuevos. En la concepción un alma sale del plano sutil para entrar en el terrenal, primero en fase intrauterina, pero ya está en esta dimensión. En el nacimiento esa alma pasa de la vida intrauterina o «medio acuático» a la vida extrauterina o «medio aéreo»; ambos medios se dan en la dimensión terrenal pero tienen formatos diferentes. Y en la muerte esa alma deja el cuerpo y pega la vuelta al plano sutil, etéreo, de donde vino originalmente. Incluso en el tarot, el arcano mayor número 13 se llama «La muerte» y hace alusión a transformaciones, a cierres de ciertos ciclos y comienzos de nuevos.

Desde este punto de vista la muerte es, literalmente, el opuesto de la concepción (ni siquiera del nacimiento). Pero, y entonces, ¿cuál es el opuesto de la Vida? NO TIENE, no tiene opuesto. Es lo único que no tiene opuesto porque trasciende a todas las dimensiones; la Vida ES, está dada, existe. Sencillamente existe. Es la famosa Vida «Eterna». ¡Claro que es Eterna! TODO ES VIDA ETERNA.

No nos confundamos con cuestiones de formato. Estamos acostumbrados a llamar «vida» al período extrauterino, al medio aéreo, a la etapa o los años que dura el cuerpo físico que tenemos actualmente. Entonces, cuando el cuerpo deja de existir creemos que también deja de existir la Vida. Y no. Una cosa es el cuerpo y otra cosa es LA VIDA. Decía Osho en una de sus charlas que los dos grandes temas «tabú» de la humanidad son el sexo y la muerte: «con el acto sexual comienza tu cuerpo, NO TÚ, tu cuerpo; y con la muerte finaliza tu cuerpo, NO TÚ, tu cuerpo».

Perdón que sea repetitiva e insisto, lejos estoy de querer «lavarle el cerebro» a nadie, pero siento el deseo, la necesidad y casi la obligación de exponer mi punto de vista, porque para muchas personas la muerte aún es motivo de gran sufrimiento. Y de ninguna manera estoy subestimando el dolor de la ausencia física de un ser querido. ¡Al contrario! Lo más sano es llorar las muertes y hacer los duelos, sin duda; pero todo tiene un color diferente cuando uno ve la muerte como un momento de transformación, de pasaje a otra forma, otro estado, dimensión… El retorno del alma al plano sutil.

A mí jamás me van a leer o escuchar decir que alguien «está muerto», siempre digo que alguien «murió», que es muy distinto. Muerto está el cuerpo, no la persona que lo habitó…

Quería hacer esta reflexión -larga, lo sé- porque en Transgeneracional salta muchas veces el tema de la muerte en sus diversas manifestaciones, esperadas o inesperadas; quiero decir, no sólo la que llamamos muerte natural, sino también muertes prematuras, trágicas, súbitas, abortos, asesinatos, suicidios… Y mucha gente siente que le ha quedado algo pendiente con alguien que murió y eso le genera muchísima angustia, absolutamente comprensible. O la inversa: algunas personas tienen la sensación de que alguien murió y le quedó algo pendiente. Una conversación, una aclaración, una disculpa, un «te quiero mucho». También ocurre que algunas personas que murieron han quedado excluidas del sistema familiar, de los recuerdos, porque al parecer hubo algo turbio o doloroso en torno a esas personas, y los familiares que aún están en este plano las ignoran y/o hablan mal de ellas, aunque a veces se trate de repetir relatos que ni siquiera se sabe si son ciertos. San Agustín decía que los que murieron «son unos invisibles, NO UNOS AUSENTES». Cuidado…

Les voy a hacer dos invitaciones para terminar.

Una es que vean la película «Coco»; de lo mejor que he visto de Disney-Pixar y que, lejos de ser una película para niños, es una historia que deja muy en evidencia las consecuencias de que alguien de la familia que ha fallecido quede excluido (y por otro lado muestra el efecto maravilloso de la música en las personas con Alzheimer).

Y la otra es que lean «La muerte: un amanecer», un libro de Elisabeth Kübler-Ross. Ella fue médica psiquiatra -una eminencia en su campo-, y esta obra que en principio tuvo mucha resistencia terminó teniendo una gran aceptación. No quiero adelantar de qué se trata, sólo decir que es un bálsamo amoroso, recomendado para todos pero muy especialmente para quienes aún tienen una espina con este tema, incluso miedo. En palabras de la autora, y ya sí para cerrar: «Si vivís bien no tenéis por qué preocuparos sobre la muerte (…). El factor tiempo no juega más que un papel insignificante y de todas maneras está basado en una concepción elaborada por el hombre. VIVIR BIEN QUIERE DECIR APRENDER A AMAR».

 

Natalia Silvestrini – Herramientas Terapéuticas

 

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