Por Milagros Miyashiro Johnson- Durante miles de años, hemos vivido bajo la impresión de que somos seres individuales, separados, y que no existe una conexión real entre nosotros, los demás seres humanos, los animales, el planeta, y el Universo mismo.
Cuando nacemos en esta realidad, nuestra alma olvida su verdadera naturaleza para poder experimentar vida en la tierra. Aunado a esto, los condicionamientos sociales que nos son impuestos conforme vamos creciendo, las experiencias a las que nos enfrentamos sin estar espiritualmente despiertos, y las creencias limitantes que se van desarrollando en nuestra mente como resultado de todos estos factores hacen que cada vez más nos sintamos individuos separados, aislados, sin un verdadero arraigo a nada.
Sin embargo, cuando finalmente comprendemos que somos un alma viviendo experiencias físicas y terrenales, que nuestro cuerpo físico es tan solo el medio para estas vivencias de las que deseamos aprender y evolucionar, empezamos también a entender que somos parte de la misma energía divina que ha creado el Universo y todo lo que hay en él. Hemos sido formados de la misma materia prima, lo único que cambia son las formas externas. El poder entender este concepto e integrar la sabiduría del mismo, nos abre un mundo de posibilidades que no éramos ni siquiera capaces de imaginar, nos hace sentir que nunca estamos realmente solos pues somos parte de algo mas grande, algo literalmente divino.
Nuestra alma es como la semilla que todos llevamos, y a lo largo de nuestra vida ha sido recubierta por capa tras capa de ilusiones terrenales, condicionamientos necesarios para encajar en esta sociedad dormida. Bajo todo este condicionamiento, nuestra alma siempre estará clamando por despertar, por salir a la luz, por manifestarse en nuestra vida diaria y recordarnos el poder ilimitado que se halla dentro de nosotros, la sabiduría que en algún momento tuvimos pero que olvidamos al nacer. Y el Universo, en su sabiduría infinita, ira poniendo en nuestros caminos las experiencias necesarias para que nuestra alma vaya despertando, vaya recordando esa verdad que siempre hemos sabido pero que permanece dormida.
Al empezar a vislumbrar el significado de este concepto de unidad, iremos descubriendo poco a poco, como el alcance práctico del que todos somos uno, va más allá de lo que inicialmente podemos pensar. El que seamos uno significa la necesidad de empezar a replantearnos nuestras relaciones con los demás. No podemos continuar viviendo bajo la misma inconsciencia de primero yo, segundo yo, y que los demás vean por si mismos. Si todos somos uno, el beneficio que le proporcionamos al otro se refleja directamente en nosotros mismos, de la misma manera en que el daño que le hagamos nos lo estamos haciendo a nosotros mismos. Si todos somos uno, somos parte de la misma energía creadora que formó al Universo, hemos de entender que la Madre Tierra no es nuestro campo de juego y podemos vivir inconscientemente sin cuidarla, amarla y protegerla, pues ese descuido nos repercute a nosotros mismos. El Universo es abundancia pura, pero cuando maltratamos a esta tierra que nos soporta y nos nutre día a día, lo que en realidad estamos haciendo es despreciar la abundancia que tanto anhelamos. Nuestra mente pide abundancia, pero nuestros actos de vida no son consecuentes con aquello que decimos querer.
Cuando abres tu entendimiento a la posibilidad de ser parte de este todo Universal, entiendes cuan conectado estas en realidad, empiezas a sentir como la ilusión del separatismo se disuelve, dando paso a un sentimiento de plenitud y arraigo, de finalmente estar completo. Es este sentimiento de paz el que quiero compartir a través de este escrito, es este comunicar, de mi alma a la tuya, que todos somos uno, y que cada cual hemos venido con un propósito de vida único y diferente, pero que desde nuestro propio propósito servimos a uno mayor, que es elevar la consciencia colectiva de este mundo dormido que ya debe despertar.