Por Damián Daga.- Vivimos en un momento de la historia donde paradójicamente todo parece confluir. Lo cierto es que siempre lo hizo, aunque, hasta ahora, no habíamos visto tan claramente las conexiones. Éste es un tiempo de luz, de descubrimientos (o redescubrimientos), de comprensión profunda… DE CONSCIENCIA.
Nos encontramos ante el cambio del paradigma «Tanto tienes, tanto vales» al «Tanto sabes, tanto vales». Lo ideal sería, y será, «Todo lo que eres es lo más valioso, no tiene precio». Aunque para algo tan sencillo como eso, todavía tenemos que evolucionar mucho. Después de todo, no es lo mismo «conocer» algo que «vivirlo» -lo que te hace comprenderlo realmente-.
Todo lo que ocurre, independientemente de cómo lo valoremos y califiquemos -el ego siempre necesita juzgar y etiquetar- ocurre por y para algo (generalmente para nuestro despertar y crecimiento).
Vivimos en un mundo de cualidades, polarizado por filosofías, religiones, ideologias… que constantemente se enfrentan y contradicen. Parece utópico llevar a la humanidad a la Unidad, y sin embargo ese sueño nos une a todos: UN MUNDO EN PAZ, UNIDO, DONDE TODOD SEAMOS HERMANOS, AUNQUE CADA UNO LIBRE Y PLENAMENTE REALIZADO COMO INDIVIDUO. Todos deseamos pensar que es posible. Ahora más que nunca.
Sería interesante hacer un breve recorrido por nuestra historia para comprobar que esa búsqueda ha sido eterna, desde que el hombre se hizo consciente de sí mismo (desde que mordió la manzana) y empezó la civilización (la caída).
Hubo un tiempo, hace miles de años, cuando todavía no habíamos empezado a caminar por la Tierra, en que saltamos evolutivamente como nunca antes habíamos logrado y nunca después podríamos superar. En ese tiempo, la Tierra era nuestro Edén. La adorabamos como a una madre. Entonces, vivíamos unidos. Éramos gregarios, nos protegíamos unos a otros. Nuestra intuición (nuestra naturaleza espiritual) y nuestro instinto (nuestra naturaleza animal), se sustentaban para nuestra supervivencia. Éramos absolutamente libres.
Como siempre ocurre, algo nos provocó aquel profundo cambio, algo lo alteró todo y nos obligó a salir de nuestra zona de confort colectivamente (como hoy día parece estar sucediendo): un cambio climático y las crisis que ello acarrea.
Aquel prodigioso animalito tuvo que bajar del árbol para vagar por el mundo, descubriéndolo y descubriéndose a sí mismo desde su privilegiada posición bípeda y con sus prodigios: pulgares, manos, pies, espalda recta en posición vertical… y un cerebro que no dejaba de crecer en un cráneo liberado por la verticalidad.
El crecimiento del cerebro supuso la explosión de nuestras cualidades humanas. De aquellos intuición e instinto primigenios surgió -forzosamente para nuestra supervivencia- la razón, el intelecto.
El hombre necesitaba comunicarse de una forma más compleja, necesitaba nombrar todo aquello que descubría en su deambular, expresar sus emociones, defenderse y cubrir sus necesidades de una forma más compleja, sofisticada y útil para el individuo y el colectivo. Así surgió la civilización, así surgió el hombre, así surgió el lenguaje… Y posteriormente, todo lo que conocemos y somos.
Aquel hombre constantemente se hacía preguntas, necesitaba comprender aquel mundo en constante cambio que le rodeaba, necesitaba comprender los incesantes cambios que también se producían en sí mismo. De las mentes más simples e instintivas surgieron los mitos; de las más profundas, las filosofías; y de la mezcla de ambas: las religiones.
En el interior de sí mismo el hombre conocía a Dios: instintiva e intuitivamente, sabía que todo lo que ocurría no era casual, que todo tenía un orden, una utilidad, todo estaba perfectamente elaborado y dirigido. Así había sido desde siempre. Sentía su presencia en aquella energía sutil en el interior de sí mismo, en aquellas señales de la naturaleza que podía interpretar con precisión… Vivía en la magia, en la certeza. La vida era una ceremonia, un ritual, en sí misma, y la respetaba… Todo eso se fue perdiendo debido a la ambición desmedida, al deseo basado en el instinto, a la mentira, a la brutalidad que nace de la ira, los celos y la envidia… Todo nació del olvidarse de «SER» para centrarse en el «TENER». Esa fue nuestra caída, esa fue nuestra división, esa fue nuestra BABEL, y ahí seguimos hasta el día de hoy.
Ahora, volvemos al momento de los cambios, aprovechémoslo sabiamente, desde nuestra intuición, DESDE NUESTRA CONSCIENCIA.
Un amoroso abrazo a todos.
Excelente topicos