Por Ramiro Calle.- Casi todos los días me escribe mi buen amigo y yogui Antonio García Mártinez. ¡Afortunado soy! Hoy me ha escrito para decirme que ha leído tres veces seguidas el epílogo de mi obra EL CAMINO DE LA HORMIGA (libro escrito con el profesor de yoga y escritor Víctor Mártinez Flóres) y que le inspira tanto que debo compartirlo y así lo hago.
Como dijo el poeta Tennyson, «la única seguridad yace en la inseguridad». Nuestro ego se aferra, quiere retener, no sabe soltar, sin percatarse de que al ser todo inestable, no hay una real seguridad. A continuación, como solicita Antonio, el epílogo que escribí para cerrar la obra mencionada:
Todo fluye, nada permanece. Todo transita, nasa se detiene. Todo viene y parte, nada se queda. Y, sin embargo, no sabemos ser fieles a la naturaleza del momento, fluir con el curso de los acontecimeintos desde la consciencia y la ecuanimidad, saber tomar y saber soltar, dejarnos inspirar por el abierto y apacible espíritu del valle.
La vida no es una fotografía fija. No es una diapositiva inmóvil. No es una escena que se detiene. La vida sigue su curso, es impredecible e imprevisible, como el mercurio que no puedes coger con los dedos, como el torrente de agua que encuentra la manera de seguir su curso, Nada deja de estar sometido a la transitoriedad, pero cuando algo dura más nos engaña, como si fuera el más hábil prestidigitador, y creemos que es fijo, que dura siempre.
Lo fijo se endurece. La flexibilidad es vida, pero la rigidez es muerte. Lo fijo está en la mente, pero no en la vida. La mente acumula, endurece, se adhiere a viejos modelos y patrones, imita, no se renueva, carga con su fardo de traumas, complejos, frustraciones y heridas psicológicas. La vida cambia, pero la mente se agarra con desesperación a su jaula de ignorancia, avaricia y odio. La mente quiere detenerse en sus esquemas, en sus ciegos y mecánicos modelos de pensamiento, en su culpabilidad, su desdicha, su rencor y su necedad, Los años discurren y la mente se niega a cambiar.
Cuando una habitación no se ventila, su atmósfera se enrarece. Cuando el agua no fluye se vuelve sucia y maloliente. En el trasfondo de la mente hay pus que liberar; en la trastienda de las emociones, hay fango que limpiar. La idea de despertar es una idea, una más. Hay que despertar. No se trata de una idea fija. Nadie despierta con la idea del despertar. Hay que poner todos los medios para irlo consiguiendo.
Lo fijo se oxida. Lo fluído permanece en su inspiradora frescura. Un amor que se fija no es amor, sino una obsesión. El amor se expande, fluye, se irradia. Nunca se detiene, no tiene límites.
Porque todo fluye hay tres cosas que nunca pueden recuperarse: la flecha disparada, la palabra dicha y la oportunidad perdida. Porque todo fluye, Buda se encontró con el detractor que el día anterior le había escupido y le sonrió ante su sorpresa, diciéndole: «ni tú eres ya e que me ofendió ni yo el que recibió la ofensa». Así no hay lugar para el afán de venganza, el rencor, el odio que se fija en el alma y le impide renovarse.
Seguirá…