Por María Adela Fernández Zamora.- Somos seres sociales y dinámicos que a través de las experiencias que vivimos y las personas con las que las compartimos, evolucionamos y crecemos para convertirnos en quienes queremos ser.
Cuando estamos viviendo una situación placentera que nos aporta bienestar y disfrute, la vivimos plenamente sin cuestionar el por qué o para qué la estamos viviendo. Simplemente, nos permitimos disfrutar de ese momento. Sin embargo, cuando se nos presentan acontecimientos que nos alejan de la alegría y el placer; comenzamos a buscar razones o culpables sobre los que descargar todo ese malestar que estamos sintiendo. ¿Por qué funcionamos diferente ante dos situaciones de igual naturaleza?
Pensemos que cada día escogemos de forma consciente o inconsciente aquellas personas, medios y espacios en los que vamos a interactuar. Cada día, se nos presentan una serie de oportunidades para aprender, tomar consciencia y decidir en coherencia con nuestros pensamientos, emociones y circunstancias qué hacer. Desde este punto de vista, nada es bueno o malo en sí mismo, todo depende de la actitud y la mirada que tengamos hacia ellos. Por tanto, si tenemos claro esto, somos capaces de reinventarnos y reinventar cada momento por muy duro que de primeras nos pueda resultar.
Con esto no me refiero a que te dejen de afectar las cosas, o que seas indiferente al entorno o incluso que cambies todo lo que te rodea. Habrá ocasiones en las que puedas hacerlo y habrá otras que simplemente se alejan de tu responsabilidad. Sin embargo, lo que sí es claro, es que tú decides cómo y cuándo vivir lo que acontece. Por ejemplo, decides ir a la peluquería a hacerte un cambio de look y cuando sales te sientes incómoda, molesta y a disgusto con el resultado. Puedes entrar en un bucle en el que culpabilizas al estilista, a otros clientes que estaban en el centro y distraían al profesional, a tu pelo porque es rebelde e incluso hasta algún familiar o amigo que podía haberte advertido o dado otro consejo. Pero, ¿sabes qué? Sean cuales sean los argumentos en los que te quieras perder, tu pelo va a seguir siendo el que era. Así que te propongo dos cosas.
– Si es que sientes la necesidad profunda de dedicarte un espacio para culpabilizar y desahogarte; sé consciente de ello, desde dónde lo estás haciendo y a partir de ahí, márcate un tiempo: «Voy a estar diez minutos desahogándome«. Pues muy bien, pon en marcha el reloj y DISFRUTA de esos diez minutos, sabiendo que después de ese tiempo, se acabó. Cuando te permites disfrutar del enfado y conectar con este momento permitido desde la coherencia, verás que diez minutos se hace mucho. Llega un momento, que al conectar con la verdadera emoción, el cuerpo se relaja y comienzas a ver las cosas de otra manera.
– Una vez pasado este tiempo, pregúntate, «¿qué puedo hacer con esto que tengo?» Pon en marcha tu kit de creatividad y te verás descubriendo alternativas que hasta ahora no habías contemplado hacia un mundo de posibilidades maravilloso.
Algunos podrán pensar que este ejemplo es banal, pero no, todo depende de tu actitud y valor hacia el mismo. Puedes pensar en cualquier otro ejemplo y aplicar los mismo dos pasos. Sea cual sea la circunstancias que vivas, TÚ ELIGES CÓMO VIVIRLAS. Así sea tomando las riendas y reinventando el momento o, desde un bucle de buscar culpables; lo importante es que seas consciente desde dónde lo estás haciendo, y a partir de ahí, vívelo en coherencia. No depende del espacio, ni de las personas, ni del tiempo; solo desde esa coherencia, el bienestar es posible.
Así pues, querido amigo te invito a que sea cual sea la emoción que se active en ti, PERMÍTETE DISFRUTARLA DESDE EL AMOR MÁS GRANDE QUE PUEDES SENTIR HACIA TI MISMO.