Por Isabel María Campillos Pérez.- La tolerancia debería ser nuestra principal fragancia.
Cuanta abundancia de arrogancia en esta galaxia…
Cuanta falta de respeto y de aceptación de lo que es cada uno en su nivel de evolución.
Cuantos juicios y vicios que anestesian desidias.
Cuantos señalamientos y posicionamientos para convencer al otro de que está equivocado.
Dañinas conductas y absurdas inercias que sustentan la tóxica necesidad de tener razón…
Potente veneno sin freno que digerimos sin dilación.
El único antídoto que tenemos disponible es la aceptación sin más opinión.
El amor de toda muestra de manifestación probable y posible.
Acaso no es más bello contemplar que desacreditar?
Acaso no es más sano aportar que culpar?
Acaso no es más hermoso gozar de lo que es y no es a la vez?
Cada vez que juzgamos al otro estamos enjuiciandonos a nosotros mismos.
Pero no se puede convencer sin ser (ejemplo), nunca podrás quitar lo que cada uno tiene por el mero hecho de haber nacido.
Jamás podrás anestesiar tu insatisfacción con el dolor ajeno, pues su único freno es pasar a (tu) acción.
No creo que en la suerte ni en la gente con mayores oportunidades, creo en las personas que crecen a pesar de las dificultades.
Creo en las personas que entrenan para lograr ser su mejor manifestación.
Creo que es posible un mundo perfectamente imperfecto, en donde las debilidades sean igual o más positivas que las fortalezas.
En donde cada pieza aporte grandeza al puzle que simula tu vida.
En donde tu felicidad sea tu principal prioridad, con la que seas capaz de lograr tu máximo potencial.
En donde ya no te queden ni fuerzas ni ganas de argumentar lo innecesario para demostrar a tu ego que está equivocado.
En donde no asumas responsabilidad ajena pero si plena (contigo mismo).
Y sobre todo, en donde nos demos el permiso de amar con total libertad e incondicionalidad.
El único amor real que integra lo visible e invisible para manifestar lo indivisible.