Por Ramiro Calle.- Algunas noches, me percato plenamente de cómo, a pesar de mis esfuerzos, muchas veces se embota y estrecha la consciencia. Es una sensación nada grata el hacerse consciente de que no se es suficientemente consciente. Cada día al despertar me hago el propósito de estar más atento y ecuánime a cada momento, pero una y otra vez terminó perdiendo el hilo de la consciencia. Tal es el poder perverso de la mecanicidad, contra el que hay que luchar sin tregua.
De madrugada, doy la bienvenida, a pesar de lo doliente que resulta, a esa toma de consciencia que me hace saber que no estoy lo suficientemente consciente, siendo como un estilete que me rasga el alma, pero que también renueva mi intención de estar más atento y trabajar más la percepción consciente. ¡Tan sumergidos estamos en la cotidianidad, tan absorbidos por lo exterior y nuestra propia maraña de pensamientos, que perdemos de vista nuestro yo más profundo y le cerramos la puerta a la presencia de ser!. Me repito a mi mismo: «Que la consciencia sea tu dios». Pero se impone el yo robótico y las tendencias egocéntricas. Hay que estar todo el raro en el intento. Má vale un instante de consciencia que años de mecanicidad. Me digo que cualquier día puedo morir. Ya sé un poco de eso, pues coqueteé con la muerte muchos días. Hay que motivarse y remotivarse para estar un poco despierto y ser más lúcido y ecuánime. Cualquier día podemos dejar este plano. Cualquier día es como otro cualquier para morir.
Cuando me despierto de madrugada es el momento de la verdad. Ha pasado un día más, queda un día menos. Me digo a mi mismo que hay que activarse para que la muerte no nos tome siendo tan mediocres espiritualmente. . A veces me pongo a meditar y siento cuán solo está el ser humano aunque otra persona duerma a nuestro lado. Nadie puede completarnos que no sea nosotros mismos. Me pasa por la cabeza lo que dijo Hermann Hesse de que no creía en ninguno de los «valores» que propone esta sociedad. Pero creo que cada uno, si de verdad se afana en ello, puede desarrollar un tipo especial de comprensión y ascender de un nivel de consciencia a otro, si bien todo propende a narcotizarnos. Pero el guerrero espiritual prefiere morir en el campo de batalla que llevar una vida de derrota. Hay que dar la bienvenida a todo lo que nos ayude a esclarecernos y humanizarnos. Tiene que ser evitado o descartado todo lo que mecanice y atrofie la consciencia.
Un día mi buen amigo José Pazó me habló del productor y director de documentales Juan Betancor.Ante mi sorpresa, me proponían hacer un documental sobre mí. ¿Más imágen? ¿Más autoimagen? ¡No, por favor!. Había que sondear en el buscador espiritual con todas sus cuitas y limitaciones. Era el pacto a que llegamos. Por eso accedí al documental, para mostrar mi escenario interno de luces y de sombras y no para que (a modo de necia hagiografía) la gente viera solo un lado santurrón de mí. Para eso que lean biografías de santos o se dejen embaucar por la vida de los gurús iluminados. Yo, como la mayoría de los mortales, tengo el techo de cristal y los pies en el barro, tratando de mejorar, avanzando y retrocediendo, a veces caminando y otras arrastrándome, pero la la motivación real de ser un poco más humano.
En el documental, que no deja de ser afortunadamente polémico, tanto Juan como José como yo, hemos tratado de ser contundentemente sinceros. Era un viaje a los adentros de una persona que tras más de siete décadas de edad, sigue buscando, peregrino por la Vía Láctea, apoyándose en otros peregrinos que a su vez se apoyan en él. Solo a través de la Sabiduría nos acercaremos a la libertad real.