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Vamos atrás de la zanahoria…

Por Horacio Monzon.- Habrá quien diga que felicidad es tener lo que se quiere. Tal vez se trate de una premisa que presente una primera dificultad: porque parece conceptualmente imposible. Cuando “queremos” ¿ no es porque no tenemos todavía y cuando tenemos aquello que queremos, no será un hecho que ya no lo queremos más?.

Hemos sido educados en que el deseo esta siempre motivado por aquello que falta y la energía movilizada por ir detrás de aquello que queremos siempre encuentra en la carencia su gran motivación.

Pero claro, un día (por qué no todo es tan cruel y tan difícil) conseguimos aquello que tanto queríamos y cuando lo conseguimos parece que pierde su valor. Como los juguetes recibidos en navidad quedan en un baúl de deseos asesinados por la presencia, muertos por el consumo y surge el nuevo deseo de querer aquello que todavía no tenemos.

La sociedad no puede dejarnos desear de cualquier forma, esa fuerza que ponemos para ir detrás de aquello “que nos hace falta” no se puede manifestar desde el caos, es preciso ( y cada sociedad sabe de eso ) organizar el deseo, direccionar la energía con un “que” y “para que”, para que conquistemos “trofeos legítimos” que sean ordenadores y dadores de vida y no solo la conquista de la misma carencia repetida una y otra vez, con otras formas pero siendo más de lo mismo.

Una historia como ejemplo: Don Alfredo, ya tiene 80 años y le viene este recuerdo:
Alfredito es pequeño y con seis años ingresa a la primaria. El modelo ya era “desear lo que hacía falta”. Recuerda Alfredo que los primeros cuatro años de escuela no tenia gimnasia y la maestra Maria de Gracia les decía así: “estos primeros cuatro años los prepararemos para los dos últimos, donde además, tendrán gimnasia ¡¡¡ Eso era todo un trofeo, el poder llegar a aquello de salir al patio en horas que otros niños estarían sumergidos en el banco de la clase, aseguraba la felicidad eterna.

Terminaron y llego Alfredo a esos dos últimos años de primaria. Pero claro, la dulce Maria de Gracia fue sustituida por la Maestra Odilia, quien en aquel primer día les dijo, (sin aquella sonrisa tan amorosa de Maria de Gracia): “Escuchen chicos, estos dos últimos años de primaria, serán para prepararse para el ciclo básico. En este ciclo básico secundario sí; todo será diferente, hasta porque estarán en otro edificio, tendrán varios recreos entre materias con diferentes profesores, y hasta algún día podrán salir antes. Esto sí que era la panacea, poder no estar preso todo el tiempo en la clase y no solo los días de gimnasia, eso sí era felicidad¡¡¡.

Claro que al llegar al secundario esperaba a Alfredo y sus amigos el coordinador de secundaria, un “urso” grandote de pelo revuelto y lentes a media nariz llamado Mario. “Jóvenes, estamos en secundaria, y esto es para prepararse para el segundo siclo, donde si podrán acceder a cosas diferentes, hasta podrán venir sin uniforme, elegir entre ciencias exactas, humanísticas o biológicas”. Alfredo recuerda que esto sí, los ponía en la antesala de la felicidad. Y allí fueron atrás del segundo siclo. Por cierto que el llegar, si bien el profesor Mario seguía de coordinador, explico con un tono de voz que había cambiado estos últimos tres años que “Señores, los tres años que vienen no aceptan frescura, porque tendrán que prepararse para dar el ingreso a facultad, y esto no es un juego”. Alfredo y sus amigos apuntan a terminar estos casi 12 años de promesas de felicidad y al final dar el examen para entrar en facultad, donde ya no estaría más el Profesor Mario y su mal humor, donde tendrían otras libertades, y donde seguramente los esperaba la felicidad, y alla corrieron detrás con sangre en los ojos y cuchillo en los dientes.

Hasta que por fin llego la “facu”, y los tres primeros días fueron geniales, fiestas y bailes, acceso a elixires no acostumbrados de donde venían, y mucho desenfreno. Claro que prontamente al circular por los pasillos de la supuesta meca de la felicidad eterna había carteles pegados que proponían a los estudiantes, (recuerda Alfredo), hacer pasantías. Porque como decían los más veteranos: “si no haces una pasantía será difícil insertarte en el mundo laboral cuando salgas”. Siendo pasante es como estudiar de forma más activa, porque sentirás la práctica”. Alfredo sigue recordando que ese día volvió eufórico para casa. Poder hacer una pasantía de aquello que estudiaría, era genial. No importaba no ganaría casi nada, lo importante era la experiencia ganada que lo haría feliz.

Solo que el primer día de pasantía te tratan como “pasante”, y Alfredo se dio cuenta que no todo era tan bueno como le habían contado. En esa misma empresa el presidente de la compañía (recuerda Alfredo) reúne a sus gerentes y les plantea un enigma: “Escuchen bien¡¡¡” Lo que yo hago ¿es por trabajo o por placer? tienen 24 hs para traerme la respuesta. Salgan a investigar. Quiero esa respuesta”. Fue entonces que los gerentes reunieron a los sub gerentes y estos a los jefes de área, que su vez reunieron a los supervisores, y así siguió toda la cascada de pléyade jerárquica de aquella organización. Corrían por los pasillos como enajenados buscando aquella respuesta para el presidente de la empresa. En el fin de uno de esos corredores, allí abajo, en un rincón estaba Alfredo tapado de carpetas que aun no entendía muy bien, dos teléfonos, uno en cada oreja, le sudaban las manos ejerciendo su rol de pasante. Fue entonces que el auxiliar de servicio que limpiaba ese sector le pregunto: “Alfredo, el presidente ha hecho una pregunta que debemos llevarle la respuesta: lo que hace el señor presidente ¿es trabajo o es placer? Claro que es placer, recuerda haber respondido Alfredo, porque si fuera trabajo lo estaría haciendo yo.

Fue entonces que pasaron los años y Alfredo obtuvo su título, cinco años habían pasado, y si bien aún faltaban los posgrados, los maestreados y los doctorados, Alfredo ya estaba en posición de ejercer. Fue ahí que alguien le dijo que para lograr una estabilidad, una “seguridad” necesitaría la efectividad laboral que junto con su titulo le ofrecerían una experiencia de felicidad única. A Alfredo le toco dar el discurso de fin de grado, y allí expuso todos los motivos de felicidad que tendrían por delante. Habían pasado los 6 años de primaria, los 6 de secundaria, mas los 5 de facultad, apenas 17 años, y Alfredo con sus 23 años, solo tenía la tierra prometida por delante.

Fue entonces que su primer día como “efectivo”, el jefe le dijo: “Este chico – no tenia presente que se llamaba Alfredo – ; le cuento que esta empresa tiene 15 niveles de promoción, y usted está en el nivel “G15”, que es menos que pasante. No tendrá lugar ni para poner la bicicleta en el estacionamiento, usted no vale nada (o al menos eso sintió Alfredo que aquel jefe le decía). El jefe continuo con su promesa de felicidad: “Usted para ser feliz, y ascender en esos niveles tendrá que perseguir metas y lograr resultados. “ Alfredo pregunto; ¿qué es exactamente alcanzar metas? El jefe respondió: “las metas son como zanahorias que van rápido delante de usted. Usted tendrá que salir corriendo y alcanzara la zanahoria, me la traerá y volverá a correr atrás. De eso se trata alcanzar metas. Y a medida que lo vaya haciendo ira subiendo de “G15” a G14”, y será genial, porque hasta podrá llegar a “G8”. Diez años después Alfredo recuerda haberse encontrado con aquel jefe ( después de correr zanohorias, alcanzarlas y traerlas a su jefe, volver a correr detrás, alcanzarlo y volver a traer para volver a salir detrás ) fue en la cafetería que se encontraron y como tenía cierta confianza ya, (y el jefe ya sabía su nombre), le pregunta; Sr. Jefe ¿donde se mete usted tanta zanahoria?

Alfredo siguió subiendo buscando aquella “felicidad” que le proporcionaría perseguir las zanahorias y subir en aquella escala mágica y de poder. Tanto así que se encontró hablando con términos ingleses, y lo llamaban “manager”. Claro que siempre había alguien encima que se encargaría de humillar y alguien abajo para descargar esa humillación. Y paso el tiempo… y llego “la fiesta para Alfredo”. Claro, ya tenía 65 años. Ahí se dio cuenta que habían pasado 40 años. Y en aquella fiesta le dieron una placa hermosa que decía: “Muchas gracias, perseguidor de zanahorias”. Y abajo en letra chiquita decía: “pero usted ya debe ser sustituido por otro corredor con más velocidad”. En ese momento fue que vino alguien y le dijo: “ Alfredo, tu sí que serás feliz ahora, te dedicaras a la pesca, a hacer lo que te gusta realmente, a abrazar a tu mujer y decirle que la amas , a compartir con tus hijos y nietos y hasta hacer aquel proyecto que tanto soñaste estos últimos 40 años”.

Y ahí está Alfredo, recordando estas cosas, con sus 80 años, estos recuerdos le hacen pensar en todo lo que quiso y no se atrevió. En qué centro su vida en querer y correr atrás de algo que no tenia, porque eso le daria la felicidad. Y ahí, en ese momento, en ese preciso momento que Alfredo esta recordando y arrepintiéndose de todo esto, en aquella cama con sus familiares llorando alrededor y debatiéndose quien le cambiaria los pañales, por que cada uno tenía su zanahoria por perseguir y no tenían tiempo. Y es en ese momento que llega alguien se arrima a la cama y le dice: “nada de tristeza Alfredo, porque lo mejor está por llegar”. Aquel hombre fragilizado, sin fuerzas se sentirá que se engaño a sí mismo por 80 años, porque no tuvo “tiempo” de pensar que tal vez, si la vida tenía alguna chance de felicidad no era cuando “nada suceda”, sino aquí y ahora. Alfredo siente, a sus 80 años, que la vida está aquí y ahora (ya es sabio), que no la encontrara en ningún otro lugar. Que los “Happy Hours” no tienen porque ser los viernes de 6 a 8, y el resto del tiempo solo desgracia.
¿Cuál es el costo que había pagado Alfredo para ser feliz tan poco tiempo?

Alfredo ya piensa que la oportunidad mágica y virginal, absolutamente inédita de ser feliz y nunca vivida hubiera estado en todo lo que no se atrevió a hacer y valorar. En hacer lo mejor que hubiera podido hacer en las circunstancias que tenia, en experimentar esos segundos sublimes con ganas que se repitieran, donde sentir aquella plenitud. En sentir que tenía las piernas, los ojos, las manos, y a sí mismo para hacer lo que quisiera hacer de su vida, solo si se hubiera atrevido más. A aquel día que aquella persona que amaba tanto se fue de su camino, y no fue atrás, no la busco donde fuera, solo por conformarse al lado de alguien que no sentía nada y ambos fosilizar la vida.

La chance es hacerlo mejor que ayer. Mejor que los últimos 40 años es hoy. Para que todo pueda tener sentido, no cuando termine, sino durante. Dar color al instante vivido, para ser perfectible y no perfecto, para saber que la esperanza está no correr atrás de la zanahoria sino en descubrir con lo mejor que cada uno tenemos dentro.

Nos gustaría tener las palabras y los ejemplo, (las historias) para tocar nuestro propio espíritu y el de los demás con la máxima contundencia, y así hacer una vida de desafíos, colorida, donde no haya que lamentar después que la felicidad no estaba en querer alcanzarla, sino en valorar todos los instantes, y buscar repetirlos, con coraje (que no es ausencia de miedo), sino apenas la fuerza para enfrentarlo.

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