Por Antonia Moragues Figuerola.- Abres los ojos. Ya ha amanecido. Yaces en la cama somnoliento. Empiezan a penetrar los primeros rayos de luz a través de la ventana. Te quedas pensativo. Sin saberlo te vienen recuerdos del pasado que creías haber olvidado. Sin desearlo conectas con ellos, con esos momentos vividos en los que sentías una inmensa felicidad. Recuerdas los domingos en los que te reunías con toda tu familia y sentías esa unión con los tuyos. Recuerdas ese olor a magdalenas recién hechas y que tanto te gustaban.
Al mismo tiempo vuelves a conectar con esa sensación de paz y libertad que tenías de niño. Te sentías capaz de cualquier cosa, cualquier sueño era posible. Tú podías con todo. Imaginabas que podías ser todo lo que quisieras, que podías hacer cualquier cosa.
Vuelves al presente. Te invade la nostalgia pero algo dentro de ti empieza a llamarte. Es tu alma que te reclama, que añora todo eso, que quiere volver a sentirse así, libre y feliz. Déjame salir, déjame expresarme- te dice.
Debes ir a trabajar. Ya es tarde. Así que como otro día más la apagas, la ignoras y saltas de la cama ya con prisas. En la ducha ya estás pensando en todo el trabajo que tienes que hacer hoy. Te tensas. Vuelves a sentir esa contractura que hace meses tienes pero que no escuchas. Son avisos. Pero sigues sin hacer caso. Sólo estás pendiente de tu trabajo y de los problemas a resolver.
Cuando te diriges al trabajo te olvidas de contemplar esas pequeñas cosas que te hacían tan feliz de pequeño como era ver un cachorrito, contagiarte de la risa de otros niños o disfrutar simplemente del paisaje.
Te limitas a poner el piloto automático de camino al trabajo. Sólo hay pensamientos de tensión en tu mente. No percibes que en el coche de al lado hay un niño que te sonríe, que quiere saludarte. Tú ya estás mentalmente en otro lado. No estás en tu coche, no sientes el contacto del volante, no disfrutas del airecito que está entrando por tu ventana.
Cuando quedan apenas unos kilómetros para llegar a tu destino ves mucha retención en la autopista. Algo te sacude. Ha habido un accidente. Es en esos momentos cuando volvemos a conectar con la suerte de estar aquí presentes.
Debemos retarnos a volver a sentir esa inocencia y felicidad de nuestro niño interno que nos llama y que no atendemos.
Al llegar al trabajo llegas con una sensación diferente a la de cada día. Hoy va a ser diferente- te dices para ti. Hoy puede ser diferente y un día extraordinario sólo con desearlo. Y por primera vez en muchos años sonríes al entrar por la puerta de tu despacho porque sabes que ahora sí vas a escucharte más.