Por Claudia Gabriela Betancourt.- Caminaban sin parar, por las estrepitosas calles, brincando pozos, librando charcos, arrastrando los pies, cansados a veces, limpios, sucios; los zapatos azul cielo eran diferentes a los demás, a algunos les gustaban, otros los criticaban y unos terceros, simplemente los ignoraban.
Los zapatos azul cielo veían frente a ellos algunas posibilidades: la primera, disfrutar de la atención que algunos les daban, sentirse especiales sin dar importancia a los demás; sin embargo no era suficiente, pues llamaban la atención solo por algunas características particulares que con el tiempo dejarían de ser especiales y a deteriorarse. La segunda posibilidad era atender a los críticos; los zapatos azul cielo pensaron que si se esforzaban lo suficiente por satisfacer las demandas de los demás dejarían de criticarles y entonces serían aceptados independientemente de sus características, se tomaría en cuenta su perseverancia y capacidad por enfrentar toda crítica, serían valientes!
Valientes? pensaron los zapatos azul cielo, no queremos ser valientes! Que cansado! Vivir resolviendo las críticas de los demás y cambiando constantemente para dar gusto a todos. Definitivamente no! La tercera posibilidad era hacerse notar frente a aquellos quienes les ignoraban, fácil! pensaron los zapatos, solo tenemos que llamar la atención de alguna forma, comenzaron entonces a caminar más, a brincar más alto, a librar enormes charcos, a limpiarse más seguido… a cansarse más y a enfermarse más. Es imposible, estamos exhaustos y ni nos miran! pensaron los zapatos azul cielo.
Tras largas cuadras recorridas y algunos tropiezos (muchos tropiezos) terminaron parados frente a un gran aparador que con la luz del sol hacía del cristal un espejo. Pero que hermosos zapatos azul cielo! pensaron, pero somos nosotros! decían. Maravillados por su peculiar belleza, vieron entonces frente a ellos solo una posibilidad: ser ellos mismos.
Mira hacia arriba, ¿no eres tú acaso quien calza los zapatos azul cielo?