
Personalmente interpreto las ganas de Alicia de despertar al Rey Rojo como la tendencia que tiene la mente a entender racionalmente todo lo que nos rodea, y creo que esa tendencia resulta necesaria para que podamos movernos en este mundo, es decir, en la partida de ajedrez de nuestra vida. La razón nos es útil para entender el día y la noche, para compartir ideas, para fabricar ordenadores, vehículos, teléfonos… para prever el verano y el invierno, para cosechar la tierra que nos da de comer y para un millón de millones de cosas más. Cuando la razón se siente sola aparece el lenguaje, y con él los idiomas y la literatura, y cuando se viste de fiesta para una cena de gala surge la ciencia, que es la forma más elegante en la que puede presentarse. El collar de perlas que la razón luce cuando va tan elegantemente vestida son las matemáticas, y la física, la medicina, la genética y todas las disciplinas científicas bien podrían ser cada una de ellas una puntada de su preciosa ropa interior de encaje.
Hay un par de palabras que mucha gente suele confundir: elocuente y locuaz. Sin entrar en detalles etimológicos, la diferencia es que elocuente es el que habla bien y locuaz el que habla mucho. Pues bien, la razón ha pasado de la elocuencia a la locuacidad, de hablar bien a mucho hablar, y tanto se ha gustado y tanto ha querido seguir gustándose que ha pensado -entre otras cosas porque no sabe hacer otra cosa- que puede saberlo todo, y tanta ha sido su ansia de saber y su sensación de todo poder que ha despertado al Rey Rojo para preguntarle quién es y… ¡zas!, ha quedado aniquilada, apagada como una vela.
Cuando uno intenta explicar la esencia de las cosas con la razón pierde automáticamente la posibilidad de conocerlas. La razón vale para manejar las cosas, pero no para conocerlas. Así por ejemplo, el hombre puede incluso llegar a manejar el átomo -lo cual resulta asombroso- pero sigue sin tener ni idea de lo que un átomo es. Saber que la lavanda también se llama alhucema, espliego o cantueso, que su nombre técnico es lavandula, que tiene tallos de sección cuadrangular con brácteas diferentes de las hojas y que su cáliz está formado por cinco dientes triangulares no es saber lo que la lavanda es. Sin embargo sentir su olor al ritmo del baile de los campos color lila acariciados por el viento suave de una brisa marina que se ha perdido en las laderas de una montaña sí es saber lo que la lavanda es. Lo otro son sólo etiquetas. De hecho, si mientras hueles su aroma piensas en todos los tecnicismos anteriores, la pierdes. Conocer no es el producto de un razonamiento, es una experiencia, y conocerse -que es el más excelso de los conocimientos- también es algo que se experimenta, no algo que se deduce.
La razón es asimismo la espada del ego, y el ego es lego cuando se pelea con la esencia de las cosas. Para saber quién eres tienes que transcender la razón, así que conocerse es literalmente una sinrazón. Si lo piensas, ¡zas!, lo matas. Si te piensas, ¡zas!, te pierdes. Si te quieres conocer de verdad, deja de atesorar opiniones y vete pensando en no pensar.
Gracias, Lewis Carroll, esto me recuerda a lo del diente que no puede morderse a sí mismo o a lo de que el ojo no puede ver lo que hace que el ojo vea. Desde luego, el que puede definirse no puede saber quién es.